Editorial 9: Sobre la plasticidad cerebral, la programación fetal, el estrés en el embarazo, y el amor maternal

Julio de 2011

Sobre una base genética, heredada de los padres, que aporta un esqueleto sobre el que se desarrolla el sistema nervioso central, existe una influencia ambiental potente que influye de manera clara en el moldeamiento final del cerebro. Existen muchos ejemplos ya muy contrastados de la influencia de ambientes nocivos, hostiles o tóxicos en el desarrollo cerebral, y su asociación con la aparición de patologías mentales o de neurodesarrollo, a veces desde el momento del nacimiento y otras veces de forma más tardía. Por ejemplo, sabemos ya de forma clara que las madres con consumo intenso de tabaco durante el embarazo tienen con mayor frecuencia niños con TDAH; que distintos eventos traumáticos o infecciosos en la mitad del segundo trimestre del embarazo se asocian con patología esquizofrénica; que el estrés durante el embarazo se asocia con menor desarrollo de la inteligencia, o que determinados fármacos durante el primer trimestre producen malformaciones graves. El ambiente, por tanto, puede desviar el desarrollo pese a una programación biológica correcta. Es cerebro es muy plástico, se puede moldear de una forma exquisita en etapas tempranas, y probablemente en mucha menor medida, en etapas más tardías de la vida. Al modificar la estructura cerebral en momentos sensibles de su desarrollo, se puede modificar también su funcionalidad. La programación fetal hace referencia a como la conformación de la estructura del cerebro produce un determinado funcionamiento, a largo plazo. Por ejemplo, cómo el cerebro que durante su etapa fetal fue sometido a un estrés muy intenso puede ser en la infancia y vida adulta un cerebro hiperactivo, y funcionar como en permanente alarma.

El estrés, sobre todo en el final del embarazo, se asocia con problemas de conducta en los niños. No es de extrañar. Biológicamente hay una comunicación directa, una mezcla clara entre la sangre de la madre y la sangre del bebé. Por tanto, las hormonas que circulan por el organismo de la madre lo harán también por el organismo del bebé. La adrenalina, el cortisol, y otras hormonas de estrés, producen efectos sobre el ritmo cardiaco, la tensión arterial, el riego, en madre, e hijo. Además, en éste, esas mismas hormonas influyen en como se condiciona el funcionamiento de sistemas (núcleos) relacionados con el estrés, como la amígdala o el hipotálamo. Las hormonas del placer, de la relajación, las endorfinas, la oxitocina, también circulan, afortunadamente, por el organismo del bebé. Y también van moldeando el cerebro en crecimiento. De esta manera, quedan “huellas” de lo vivido durante la gestación en la arquitectura cerebral.

Además de la comunicación por la sangre, existe una comunicación perceptiva. Los órganos de los sentidos se desarrollan muy temprano, de manera incipiente, y tienen la capacidad para sentir, oír, percibir por el tacto, oler probablemente. Algunos autores van más allá, y hablan de relaciones espirituales, extrasensoriales, mucho más complicadas de generalizar y que probablemente se entienden bien en un contexto íntimo e individual pero no son fácilmente susceptibles de contraste empírico.

Este tipo de información, la importancia del estado de la madre y sus avatares durante el embarazo, puede producir cierto temor si no se va un poco más allá, al discurso en que también lo ambiental puede utilizarse en beneficio de perjuicios anteriormente ocurridos. Un estudio reciente en una de las más prestigiosas revistas psiquiátricas (Biological Psychiatry) señala como el amor materno, el cuidado sensible tras el parto que favorece un buen vínculo, protege frente los riesgos durante el embarazo. Por ejemplo, el cuidado amoroso y sensible durante los primeros años de la vida puede contrarrestar el efecto del estrés durante la gestación sobre el desarrollo intelectual.

Desde la Asociación Elisabeth d´Ornano queremos abogar por un cuidado mayor durante el embarazo que el que se viene realizando. Queremos que los cuidados emocionales en el embarazo se pongan al mismo nivel de excelencia que los cuidados físicos, y que, de la misma manera que distintas estrategias de salud pública han podido minimizar los problemas de salud física de neonatos y niños (con un seguimiento adecuado de los embarazos), se implanten medidas preventivas para un desarrollo emocional de los niños más sano del que actualmente tenemos. Los indicadores de salud física (mortandad perinatal, materna e infantil) son muy buenos en nuestro país; los indicadores de salud mental infantil (problemas emocionales y de conducta, problemas de adaptación, fracaso escolar) no lo son. Pensamos que interviniendo con medidas de apoyo y si es preciso terapéuticas con las madres, y promocionando y facilitando el establecimiento de vínculos seguros entre madres y niños, se conseguirá mejorar el desarrollo emocional temprano de las personas.

Fuentes:
Prof. Thomas O’Connor, profesor de Psiquiatría y Psicología en la Universidad de Rochester y director del Wynne Center for Family Research. Biological Psychiatry 2010.

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